Cuando empecé a planificar mi viaje a Islandia, me surgieron varias preguntas. La primera, qué iba a encontrar allá. Lo poco que sabía de este país me gustaba: lejos-bien-, pero aún a 4 horas en avión de Barcelona-mi destino después de Islandia-, paisajes hermosos y clima extraño. Lo que no sabía me entusiasmaba aún más: sólo había visto unas fotos de Reykjavik en Google y poco más. Así que era terreno bastante desconocido para mí.
Cuando llegué, este país de 300.000 habitantes y poco más, literalmente se me metió en los pulmones. Al bajar del avión hay que abrigarse y subirse al bus, nada de mangas. Y así llega el primer contacto con el aire puro de Islandia. Luego vendría el agua: desde el aeropuerto voy descubriendo que es de las más puras del planeta-está anunciado por todas partes-. Absolutamente cierto. Este fue el primer contacto, pura naturaleza desde el primer minuto en esta tierra de agua, hielo y fuego.
INICIANDO EL VIAJE A ISLANDIA
Mi viaje a Islandia se inició al llegar al aeropuerto de Keflavik -llegué desde París-, que está a unos 45 minutos en bus de Reykjavik. Este trayecto es fácil y simple, sin estrés; pareciera que quieren decirte que, si ya cruzaste medio mundo para llegar acá, no te vamos a hacer difícil la última parte!!. Se puede reservar en línea aunque no es necesario, ya que los buses salen de forma periódica. Al llegar a su terminal en Reykjavik, organizan a los viajeros en minibuses, para llevarlos a la parada de bus que corresponda a su hospedaje. Cada hotel o lugar de estadía en Reykjavik está cerca a una parada de bus, así que es realmente muy fácil llegar. Desde estas mismas paradas salen los múltiples tours para recorrer las maravillas naturales de este país.
RECORRIENDO REYKJAVIK
Este tan esperado viaje a Islandia comenzó con mis recorridos a pie en Reykjavik. Desde ellos me llegó a fondo su simpleza. El edificio del Parlamento es la casa moderna del primer parlamento del mundo, algo que los islandeses cuentan con orgullo. El original (que se llama Alphingi), estuvo ubicado en el valle de Thingvellir -ya vendrá más de esto en otro post- pero volviendo al edificio, es pequeño, de piedra; tiene un jardín chiquito, como si fuera de una casa. La Casa de Gobierno también es pequeña, sin policías. No vi ningún policía en Islandia, así que no sé cómo son!. Hay zonas de pubs y restaurantes, pero son un par de calles y poco más. Ruidosas, sí, pero son dos calles. Hay un lago en el centro, conocido como the pond, que mantiene unidas zonas residenciales con las de gobierno. Todo es tan pequeño y simple, que cuesta imaginarse cómo es el centro de gobierno de un país. En el sector bordeando al lago hay una escultura muy curiosa, que se llama The Unknown Offlicial. Esta escultura pareciera hacer referencia-homenaje al burócrata anónimo, que trabaja todos los días haciendo lo mismo, sin darse cuenta de su propia existencia.. ¡y está justo frente a la municipalidad!
Estuve varios días recorriendo esas líneas simples, y descubriendo también la locura, lo inusual: Reykjavik esta lleno de arte en sus muros y calles, pequeñas obras de anarquía entre el orden y la sencillez. Dentro de esto hay estas apariciones de muñequitos de juguete, puestos arriba de los números de las casas, apuntándose unos a otros en las esquinas -me explicaron que era su versión de vandalismo-, contando historias en miniatura.
Todos estos detalles, siendo tan novedosos para mí, me hicieron preguntarme qué hay detrás de todo esto; por qué me es tan diferente, y a la vez tan familiar esta ciudad?. Sentada un buen rato en una banca, mirando al pond, entendí que lo familiar era justamente eso, poder sentarme a apreciar los colores de los árboles, las calles por las que pasaba, la forma de unas hojas raras que habÃan en los parques, parecidas a una lechuga.. Finalmente me di cuenta que, al apreciar todos estos detalles, al otro lado del mundo, por qué no hacerlo también en mi casa; descubriendo esos aspectos característicosde la calle donde vivo, o por las que paso habitualmente, que identifica a nuestros lugares de origen como eso, como nuestros. Me llevé entonces la tarea desde este viaje a Islandia, de estar más presente.